El último secreto de Leonardo by David Zurdo & Ángel Gutiérrez

El último secreto de Leonardo by David Zurdo & Ángel Gutiérrez

autor:David Zurdo & Ángel Gutiérrez [Zurdo, David & Gutiérrez, Ángel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-04-28T00:00:00+00:00


* * *

En el exterior de la torre Antonia, las legiones de soldados romanos vigilaban a la muchedumbre congregada para asistir a la crucifixión del rey de los judíos. Con un ligero adelanto, la comitiva de condenados apareció guiada por varios legionarios y el centurión encargado de las ejecuciones. Atados entre sí por los tobillos, precedían a Jesús los otros dos hombres, los ladrones Dimas y Gestas, sorprendidos robando poco antes de la Pascua y condenados a muerte de forma sumaria.

Cada uno de los hombres cargaba a sus espaldas un grueso y largo madero, el patibulum, o brazo horizontal de la cruz. Jesús, por su envergadura, llevaba el mayor de los tres. Su túnica estaba teñida de manchas rojas en casi toda su extensión. Caminaba despacio, renqueante y con las rodillas flexionadas. Estaba demasiado débil para acarrear la pesada viga. Pero sacaba fuerzas de su presencia de ánimo para continuar. En su rostro, los regueros de sangre de las punciones producidas por las espinas de su burlesca corona se confundían con las heridas y contusiones que lo desfiguraban enteramente. Incluso le habían arrancado parte de la barba.

El camino hacia el Gólgota era largo y habría de ser penoso para los condenados. Las estrechas callejuelas que conducían, alrededor del templo de Jerusalén, a la puerta Juiciaria, estaban abarrotadas de judíos y gentiles, hombres, mujeres y niños, que dificultaban el paso de la comitiva. Los legionarios que marchaban a la cabeza iban dispersando al populacho y abriendo camino.

En cierto instante, Jesús cayó al suelo, incapaz ya de sostener el patibulum. A punto estuvo de arrastrar a los otros dos condenados, sujetos a él por el tobillo, pero los legionarios de la escolta lo impidieron. El centurión, apiadándose del rabí, pidió en voz alta que alguno de los presentes llevara el madero de ahí en adelante. De entre el gentío emergió un hombre robusto y ordinario, un sencillo agricultor que se ofreció voluntariamente. Jesús, que había sido levantado por los soldados, pudo continuar andando, aunque de una nueva herida en el rostro manaba espesa y oscura sangre.

Labeo se horrorizaba al ver así al hombre que poco antes había conocido en plenitud. Él, Simón y José seguían a los reos como podían. Al llegar a la puerta Juiciaria, miles de personas de toda condición esperaban en actitud hostil, imprecando a Jesús. El centurión hizo salir de la ciudad a dos decurias, gladio en mano, para prevenir revueltas o ataques contra los condenados. Desde allí hasta la cima del Gólgota restaban solo algunos cientos de metros.

Parecía que el rabí había recuperado sus fuerzas en alguna medida. El centurión decidió, por ello, devolverle el patibulum, convencido de que sería capaz de cargarlo durante la última parte del trayecto. El primer tramo era ligeramente cuesta abajo, por lo que el sufrimiento de los condenados se atenuaba en alguna medida. Después, el terreno se nivelaba y comenzaba el ascenso. Arriba, en el punto más alto, las stipes, alzadas hacia el cielo como tenebrosas columnas de muerte, esperaban impasibles a los que habían de ser crucificados esa tarde.



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